Hace varias semanas, por diversas razones, decidí desconectarme de las redes sociales. Durante aproximadamente una semana, no accedí ni a Instagram, ni a Twitter, ni a Facebook. Esta pausa me permitió enfocarme en mi familia, proyectos y pasatiempos. Sin embargo, me sorprendió notar que, a pesar de haber desinstalado las aplicaciones de mis dispositivos, de manera inconsciente las buscaba cada vez que tenía el teléfono en mis manos. Esta reacción me hizo consciente de la profundidad de mi dependencia y me brindó la oportunidad de corregir este comportamiento cada vez que sentía la necesidad de conectarme. La introspección me llevó a reflexionar: ¿Hasta qué punto las nuevas tecnologías son una mera distracción y cuánto pueden adormecer nuestra conciencia?
Es evidente que no puedo responder este interrogante por ninguno de vosotros, pues cada individuo es único. No obstante, puedo compartir mi experiencia y perspectiva. Personalmente, las redes sociales han sido una valiosa herramienta para conectar con personas afines, establecer nuevas amistades y promocionar mis proyectos literarios. Son un medio para expresar y compartir ideas, lo cual aprecio profundamente. A través de ellas, he tenido el privilegio de conocer a amigos extraordinarios de todos los rincones del mundo, una oportunidad que de otro modo, jamás habría tenido.
La accesibilidad a una amplia gama de información y entretenimiento multimedia es indudablemente fascinante. No obstante, debo reconocer que este puede ser mi punto débil, ya que existe el riesgo de perderse en videos o publicaciones. Es en esos momentos cuando debo esforzarme por ser consciente y detenerme antes de que la procrastinación consuma demasiado tiempo que podría destinarse a actividades más gratificantes.
Lo que menos me satisface es la posibilidad de crear una imagen completamente distorsionada de la realidad. Observo cómo muchos usuarios ostentan vidas lujosas, viajes y físicos envidiables, lo cual, por supuesto, es válido. Sin embargo, esto no debería ser ni un elogio ni una crítica, siempre y cuando no se caiga en la comparación. Esta cuestión puede afectar principalmente a los jóvenes, quienes podrían percibir esas representaciones como la única realidad y experimentar complejos al no alcanzar esas expectativas. En lo personal, disfruto compartir imágenes de mis paseos y proyectos, pero entiendo que solo muestro una pequeña fracción de mi vida. Aún así, incluso ni yo no escapo de darle un enfoque particular, a pesar de mi intento constante de solo compartir lo que creo que puede ser positivo.
Si algo aprendí durante esa semana de desconexión, es la importancia de alejarse de las redes de vez en cuando. Es crucial abordarlas con calma. Aunque son herramientas poderosas para establecer conexiones significativas, no deben ser el eje central de nuestra existencia. Recordemos que la cantidad de seguidores o lo que proyectamos en estas plataformas no debe definirnos, ya que somos mucho más que eso. Una de las maneras más gratificantes de confirmarlo es cuando tenemos la oportunidad de conocer en persona a esos amigos que encontramos en línea; es una experiencia sumamente enriquecedora. Por lo tanto, es fundamental no tomarse las redes tan en serio, disfrutarlas con sensatez y, sobre todo, reconocer que también podemos disfrutar plenamente de nuestro entorno y nuestros seres queridos sin depender de ellas.
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